...De recuerdos y cerezos...


Hoy hace cuatro años que tuve que eutanasiar a mi primer perro. 
Once largos años fueron los que nos regaló, a mí y a toda mi familia.


Un 5 de diciembre del 2000 nació el pequeño y rollizo Zampabollos. Y el 16 del mes siguiente fuimos a recogerle.
Debo reconocer que nunca se caracterizó por su gran valentía ni su fuerza. Desde el primer día, cuando se escondió debajo del sofá, esperando que así no le separásemos de su madre y su abuela, nos demostró que la fuerza y la violencia no llevan a ningún lado.



A pesar de su timidez, Zam era y es uno de los mejores perros que he conocido.
Superó su miedo a los niños, a sus llantos y a sus gritos, a sus tirones de pelo, y sus meteduras del dedo en los ojos, nariz y orejas. Cuando lloraba un niño, era el primero que aparecía al lado de la cuna. No sé si para ver cómo de apagaba ese sonido, o si era realmente para ayudar a esa indefensa criatura.


Tartas de manzana, fabada, billetes, libros escritos a mano por  mi abuelo... Zam hacía honor a su nombre y se comía todo lo que se podía.


Demostró, afortunadamente en pocas ocasiones, que cuando era necesario sabía que debía defendernos. O bien de un perro que no tenía muy buenas intenciones, o bien de algún que otro caradura que quería colarse en casa.

Me enseñó a saber diferenciar entre la gente buena y la mala. Me gusta creer que no existe gente mala, igual que a ellos. Pero la vida enseña de todo. Y Zam sabía, desde el primer momento que conocía a alguien, igual que muchos otros perros, si esa persona era de fiar o no.



Siempre acertaba.



Seis meses antes de morir llegó un nuevo compañero a casa.
Zam enseñó a Psico a conocer los límites y su sitio, y Psico recordó a Zam lo que significaba tener 8 años menos.
Pasó sus últimas semanas olvidando sus dolores y sus años.

Fue mi mejor compañero durante esos años malos en la vida. Esos momentos difíciles. Y fue mi motivo para querer ser lo que soy ahora.





No es un día malo. Igual que no lo fue cuando tuve que decirle adiós.

Fueron once años maravillosos, que recuerdo con cariño.

Un día más, como muchos otros, me acuerdo de él. 




Y sé que estará tumbado, en un césped, a la sombra de un cerezo. Los días como hoy eran los que más le gustaban.



Este año los cerezos están llenos de flores.

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