Gracias a Nora
Mi primera experiencia veterinaria fue cuando con 17 años tuve que pasar consulta yo sola.
Era una labradora negra. Muy gorda y mayor. Había que vacunarla. Se llamaba Nora, aún me acuerdo.
Era un sábado por la mañana y la clínica estaba muy llena. Las dos veterinarias estaban desbordadas y como se trataba de un paciente y una clienta de confianza, me pidieron que pasara yo esa consulta.
Me puse nerviosa. Muy nerviosa.
Sabía qué era lo que tenía que hacer. Lo había hecho ya cientas de veces, en casa con mi perro, en la clínica con otros perros. Y sobretodo, partía de la base que esa perra había visitado la clínica hacía dos días, y sabía que estaba sana. No obstante me invadieron los nervios.
Yo, pasando consulta.
Yo, sola en esa habitación con un propietario y su perra.
Seguí el protocolo, intentando que no me temblaran las manos, lo cual fue un intento fallido.
Cuando quise auscultar a la perra para tomar sus pulsaciones creo que conté mis temblores antes que sus latidos cardíacos.
Cogí la vacuna de la rabia, que era la que según la cartilla del animal le faltaba ese año, y me preparé para ponérsela.
Para una persona que no trabaja en el ámbito de la medicina, poner una vacuna puede resultar algo complicado, pero cualquier persona que escuche que te tiembla la mano cuando vas a vacunar y trabaje en este ámbito, no podrá más que reírse de ti.
Esto no significa que la vacunación sea un chiste. Una vacunación conlleva un protocolo de revisión del animal para saber que es apto para la vacunación. Y hay que saber poner bien una vacuna. Pero creo que es la consulta más sencilla, que no la menos importante, dentro de las clínicas veterinarias.
Pues bien. Ahí estaba yo. poniendo mi primera vacuna. Obviamente, con el consentimiento de la propietaria, que sabía que yo era alumna en prácticas.
Ese día volví a casa, aún con el pulso tembloroso, pero con una sonrisa que nadie logró quitarme.
Había pasado mi primera consulta. Había sido veterinaria durante quince minutos.
Gracias a Nora y a su dueña, por darme esa oportunidad. Curioso que a día de hoy me desviva por mi propio labrador, cuando fue esa misma raza la que me dio el último empujón.
Ese día me confirmé a mi misma, que quería dedicarme a esto el resto de mi vida.
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