Detrás del escenario
Hasta los 11 años no pisé una clínica veterinaria.
A esa edad mis padres decidieron comprarnos a mi hermana y a mi nuestro primer, y tan deseado, perro. Después de años suplicando y convenciendo a mi padre, cedió y esa fue la llegada de un enorme Golden Retriever a nuestra casa.
Aunque desde la temprana edad de seis años ya sabía que quería ser veterinaria (que no estudiarlo, aún no sabía lo que eso supondría...), probablemente fue con la llegada de mi fiel compañero a la familia cuando verifiqué mi conexión con los animales, ya que reconozco que tuve miedo de algún que otro perro que se dedicaba a morderme los tobillos cuando iba a clase de piano.
Nos dio la bienvenida con repetidas visitas en su infancia y juventud a la clínica veterinaria. A veces por tonterías, otras por sustos y otras por urgencias.
A los 16, subí un peldaño y empecé a hacer prácticas voluntarias en una clínica.
Vi y conocí lo que los actores y actrices llaman ‘Backstage’. Aprendí lo que pasa detrás del escenario, detrás de la consulta. Lo que hay al fondo de ese pasillo que vemos en la clínica de nuestra mascota.
Desde ese momento no he dejado ese escenario.
Detrás de esa puerta, normalmente de cristal, que cruzamos cuando llevamos a nuestra mascota al médico hay más que una persona trabajando.
Hay personas implicadas profesional y personalmente en cada caso y en cada paciente. Ya sea porque el animal sea muy bueno y se le coge cariño o porque es imposible de tratar y es por orgullo que decides aprender a manejarlo.
El veterinario/la veterinaria no es ‘sólo’ un médico de animales. Es su amig@. Es su confidente. Es también su enemig@. Es el bueno /la buena y el malo/la mala.
Tienes que ganarte la confianza de un animal en una consulta, con un pinchazo, en un lugar que huele a detergente, a gato, a perro, a veces hasta a conejo y también la confianza de su propietari@.
Cuando iba como cliente, notaba la ilusión de mi veterinaria cuando exploraba a mi perro. Veía su implicación, su confianza, su paciencia. Tanto cuando sabía lo que le pasaba a mi perro, como cuando tenía que hojear los diagnósticos.
En el médico confías porque sabes que tiene más conocimientos que tú, porque sabes que se ha dejado el pellejo y parte de su juventud estudiando.
En el veterinario/la veterinaria cuando confías en él, te fías ciegamente. Como cuando llevas a tu hij@ al pediatra. Dejas en manos de una persona desconocida la salud y el bienestar de un ser totalmente indefenso.
Todo esto lo aprendí, detrás del escenario. Cuando en los ratos libres discutíamos un caso. Cuando con mis compañeras y compañeros de facultad investigábamos lo que aprendíamos. Cuando dedicábamos y decidamos nuestro tiempo libre a pasarlo con nuestras mascotas, o las de nuestros conocidos.
El veterinario tiene esa magia que llega a las personas.
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